Los signos de la grandeza de Dios Altísimo fueron visibles a lo largo de toda la vida del Nobilísimo Profeta, incluso al nacer, y nosotros hemos celebrado este día como Aniversario del Nacimiento del Profeta y lo hemos festejado. Incluso en el día del nacimiento del Nobilísimo Profeta ve uno los signos y el rastro de las bendiciones divinas, que tienen su origen principal en ese punto culminante que es el Mabaas, la Misión Profética; y también en el día del nacimiento son visibles las huellas y los signos efectivos de la unicidad de Dios, desde la Kaaba, donde los ídolos se derrumban, hasta la acción frente a los falsos ídolos, frente a las falsas deidades del ser humano de aquel entonces; o cuando se seca tal lago sagrado, se apaga la llama supuestamente sagrada del tal templo del fuego o se quiebra el Gran Arco de Ctesifonte y su crestería se derrumba. Esos hechos sucedieron. Por tanto, el día del nacimiento del Profeta no es un día cualquiera. Es un día de inmensa importancia, un día grandioso. Por esa razón celebramos nosotros este día.

Hay cientos de lecciones que aprender: en la vida personal del Profeta, en la vida familiar del Profeta, en el gobierno del Profeta, en la personalidad del Profeta en su vida social, con sus amigos, con sus enemigos, con los fieles y con los infieles hay cientos de lecciones básicas de gran importancia para aprender. Hoy quiero exponer una de esas lecciones, que es la idea que hay en la noble aleya que reza: «Ciertamente, ha venido a vosotros un Mensajero de entre vosotros mismos al que le abruma vuestro sufrimiento, se preocupa por vosotros y con los creyentes es compasivo, misericordioso» (9:128). Quiero incidir en ese punto de «al que le abruma vuestro sufrimiento». Lo que dice es que a él le resultan penosos los sufrimientos de ustedes. Cuando sufren, el Profeta sufre por sufrir ustedes. Sin duda, eso no se limita a los musulmanes coetáneos del Profeta, sino que se dirige a la generalidad de los creyentes a lo largo de la historia. Es decir, que si hoy ustedes sufren en Palestina o en Myanmar, o si los musulmanes sufren en diversos otros puntos, han de saber que ese sufrimiento hace que el alma purificada del Profeta sufra y padezca. Esto es muy importante. Nuestro Profeta es así. El modo de ser del Nobilísimo Profeta que se expresa en esa noble aleya es el extremo opuesto a como son los enemigos, que en la aleya también está: «¡Oh los que creéis! No toméis como amigos íntimos a quienes no sean de los vuestros. No dejarán de intentar corromperos. Les gustaría veros en dificultades» (3:118). Antes, el Profeta «al que le abruma vuestro sufrimiento»; aquí, a los enemigos «les gustaría veros en dificultades». El sufrimiento de ustedes los alegra. Nosotros ahora estamos así. Presten ustedes atención para identificar nuestra propia situación en el mundo actual.

Hoy se hace cada vez mas evidente que el mapa político del mundo está cambiando. Aquello del unipolarismo y las coacciones de una o de dos potencias ―viene a dar igual― sobre los países, los pueblos, etc., ha perdido la forma de legitimidad que tenía, porque los pueblos han despertado. Las naciones han despertado. El sistema unipolar ha sido desechado y paulatinamente es cada vez más rechazado. A día de hoy se oye ya mucho por el mundo decirlo a políticos de primera fila a nivel global; que no aceptan el sistema unipolar. ¿Y qué significa «sistema unipolar»? Significa, por ejemplo, que Estados Unidos se ponga a hacer planes para Irak o para Siria, para Irán, para el Líbano o para el que sea: que si tiene que hacer esto, que si hay que hacer lo otro, que si lo otro no hay que hacerlo… Unas veces diciéndolo y otras ¡sin decirlo siquiera! Pero haciendo que se cumpla. Hoy por hoy es así. Diseñan programas para los países y movilizan a quienes trabajan para ellos. De manera que actúan de manera planificada. Siguen planes. Y frente a la planificación de la Arrogancia, paulatinamente esa situación de dominio sobre los países, sobre las naciones, sobre los pueblos y sobre las distintas regiones de la que ha gozado la Arrogancia mundial está cambiando, justo como el cambio que hubo en el periodo de los movimientos anticoloniales en la segunda mitad del siglo XX, cuando uno tras otro los países se alzaron a mediados de siglo contra la colonización directa. En Asia, de una manera; en África, de otra y en América Latina, de otra, de manera que el mapa político del mundo experimentó en aquel entonces un cambio fundamental. Como hoy también está habiendo un cambio fundamental. Esa acción soterrada y callada de dominación de la Arrogancia mundial contra las naciones está perdiendo paulatinamente su legitimidad de manera evidente. No era ya legítima en un principio, desde el punto de vista de los pueblos, pero la visión de los propios pueblos sobre esta cuestión se está volviendo más clara.

Se va a crear, por tanto, una nueva situación; va a crearse un nuevo mundo. Quizá nosotros no podamos adivinar exactamente cómo será ese nuevo mundo, pero estamos seguros de que un nuevo mundo se está formando, gradualmente, a lo largo de los años.

Cuando la élite se interna por un camino, mueven la opinión pública en esa dirección y, cuando en un país una opinión pública cobra forma, la política administrativa de ese país forzosamente avanza en ese sentido. No hay más remedio, no se puede eludir. Por tanto, se trata de una tarea factible. Es factible. Ahora bien, sin acción no puede ser. Sin acción, en el mundo no es posible nada, ni logros mundanos ni logros en el más allá, divinos: «Nada pertenece a la persona excepto aquello por lo que se esfuerza» (Sagrado Corán, 53:39). Hay que esforzarse, hay que actuar. Si actuamos, es posible.

Permítanme ahora que les ponga un pequeño ejemplo. Ese pequeño ejemplo somos nosotros: la República Islámica. Nosotros nos alzamos frente a las grandes potencias. Hubo un día en que este mundo estaba en manos de dos grandes potencias: la potencia que era Estados Unidos y la que era la Unión Soviética. En decenas de asuntos, esas dos potencias diferían, pero coincidían en uno que era el antagonismo con la República Islámica. Estados Unidos y la Unión Soviética, con todas las diferencias que mantenían entre sí, en el antagonismo con la República Islámica estaban unidos, compartían el mismo parecer. El imam Jomeiní (que Dios esté satisfecho de él) se alzó frente a ellos, no se dio por vencido y dijo claramente: «Ni orientales ni occidentales». Ni de un lado ni del otro. Y se consiguió. Creían que no sería posible, que podrían arrancar de raíz aquel arbolillo recién plantado. Pues aquel arbolillo se ha convertido hoy en un árbol robusto. ¡Mucho se equivoca el que piense siquiera en arrancarlo!

Nos alzamos y avanzamos. Claro que esto conlleva dificultades. En todas las cosas hay dificultades; sin pasar dificultades no se puede. Y también aquellos que se rinden se ven en apuros. Las dificultades no se encuentran solo resistiendo. Rendirse también acarrea dificultades, con la diferencia de que, cuando el ser humano se alza y resiste, sus dificultades lo impulsan hacia delante. Nosotros pasamos dificultades, pero avanzamos. Ahora bien, el que se rinde sufre también dificultades y además retrocede, no progresa. De manera que a nosotros nos parece que se puede. Se puede trabajar, se pueden hacer esfuerzos, se puede avanzar en la Umma hacia la unidad prevista por el Islam, por el Corán, a pesar de todas las diferencias que existen.

Es a causa de esa dispersión que estamos recibiendo golpes. Los recibimos en Palestina y los recibimos en distintos países. En Palestina matan gente a diario. Matan a niños pequeños, matan a jóvenes, matan a adolescentes, matan a personas adultas, los meten en la cárcel, tienen en la cárcel a miles de personas, sometidas a torturas. Eso está sucediendo, y delante de nuestros ojos. En Myanmar de otra manera, en otros lugares de otras. Bien, esto es duro, para la Umma es duro. «Al que le abruma vuestro sufrimiento». Estas cosas hacen sufrir al Profeta. Hay que pensar algo, hay que esforzarse. El Corán dice al Profeta: «Di: “¡Oh gente de la Escritura (Sagrada)! ¡Venid a una palabra igual para vosotros y nosotros!”» (3:64). Y la gente de la Escritura no es musulmana, pero tenemos algo en común y es la creencia en la unicidad de Dios, pues la unicidad divina está en todas las religiones, cómo no. La unicidad de Dios es la base de todas las religiones: «Que no adoraremos más que a Dios» (3:64). El Profeta se vale de ese mismo aspecto común al Islam y a las demás religiones. El Corán le ordena decir: «Venid a una palabra igual para vosotros y nosotros: que no adoraremos más que a Dios, ni Le asociaremos nada ni nos tomaremos por señores unos a otros junto a Dios» (3:64). Eso, ¡con los no musulmanes! Pues bien, son tantas las cosas que los musulmanes tenemos en común: una misma Kaaba, una misma alquibla, un mismo modo de hacer las oraciones diarias, un mismo Hach, las mismas devociones, el mismo Profeta, el amor en todo el mundo islámico por la familia del Profeta, la Ahl ul-Bait. Todo eso nos es común, y esos puntos en común no se deben dejar atrás.